Milo J escribió una nueva página dorada en su meteórica carrera y en la historia de la música popular argentina al presentarse en la legendaria Plaza Próspero Molina de Cosquín. El joven oriundo de Morón, que viene de revolucionar la escena con su álbum 1666, logró lo que parecía impensado hace un tiempo: llevar la música urbana al templo máximo del folklore nacional. Ante un recinto colmado que mezclaba a fanáticos de la "nueva ola" con seguidores tradicionales curiosos, Milo ofreció un espectáculo respetuoso y conmovedor que sirvió como un puente perfecto entre la tradición y la modernidad.
El concierto no fue una simple presentación de trap, sino una verdadera celebración de la identidad argentina. Acompañado por una banda que incorporó instrumentos autóctonos como bombos legüeros y guitarras criollas, el artista repasó las canciones de su último disco, donde rinde homenaje a sus raíces y a referentes como Horacio Guarany y Mercedes Sosa. El momento más emotivo de la noche se vivió cuando su voz se entrelazó con los clásicos del cancionero popular, demostrando una madurez interpretativa que le valió la ovación de pie de la plaza, un lugar que históricamente ha sido exigente con los "foráneos" al género.
Este desembarco de Milo J en Cosquín trasciende lo musical; representa un cambio de paradigma cultural. Su actuación confirmó que las nuevas generaciones no están desconectadas de su historia, sino que la están releyendo y resignificando con sus propios códigos. Al finalizar el show, la sensación generalizada fue la de haber asistido a un evento consagratorio, donde el "chico de barrio" demostró que el escenario Atahualpa Yupanqui es un espacio vivo y dinámico, capaz de abrazar a los nuevos poetas que, con flow y gorra, también le cantan a la tierra y a sus orígenes.